Las industrias culturales están seriamente preocupadas por la IA (inteligencia artificial), porque creen que amenaza la propiedad intelectual. Creadores, trabajadores intelectuales, productores y empresarios de este campo, donde hay mucho trabajador autónomo, en general. Sus tipos de pesadillas pueden agruparse en dos categorías.
Por un lado, la pesadilla de la sustitución, por la que temen que sus tareas pueden llevarla a cabo modelos de IA con mayor eficacia. Por ejemplo, que la IA redactará libros, reportajes, documentales, etc.. O que generará narraciones audiovisuales a partir de un guion; pero con actores diseñados y movidos por la propia IA. O que, en general, será capaz de presentar espectáculos a partir de pocas ideas. Vamos, lo que hace ahora ChatGPT, cuando solicitas que te haga un cuento sobre tal cosa, para un niño o una niña de tantos años; pero a lo grande.
Propiedad intelectual
Por otro lado está la pesadilla del robo de la creación. Esta pesadilla está especialmente radicada en la subindustria del periodismo, incentivada tras la mala experiencia con internet, donde los grandes buscadores ofrecían las noticias que habían elaborado ellos. Ahora, con la IA, esta experiencia cobra especial relevancia y no quieren que se repita. De hecho, ya se han llegado a acuerdos entre empresas desarrolladoras de la IA y empresas editoriales.
La cuestión es que la IA nos da en segundos la información que existe en internet y sus distintas formas. Pero se trata de una información que “está ahí” porque alguien -medio o autor- la han puesto y a la que han dedicado su esfuerzo. Realizan un producto que, después, otro -en forma de IA- se lleva sin pagar un chavo por ese esfuerzo. ¡Por la cara! Y es que elaborar y poner a disposición de los lectores la información o el entretenimiento cuesta y es una labor profesional.
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En todo caso, esta segunda pesadilla, en clave de robo o usurpación, descansa sobre la asunción de un derecho, como es el derecho de propiedad intelectual y sus concreciones, como los derechos de autor o los derechos de copia. Asunción de un derecho como si fuera eterno. Como si siempre hubiera estado ahí. Pues no. Es más, se trata de una figura jurídica relativamente reciente, surgida al hilo de la invención de la imprenta y los primeros impresores-editores.
Poco más de cuatro siglos
Lo que fundamentalmente venía a proteger, bajo la denominación de derecho de autor o propiedad intelectual, es la inversión de estos editores-impresores que, llegando a un acuerdo de pago con los autores para imprimir y distribuir su obra, se veían que rápidamente era tomada y difundida por otros impresores, sin haber hecho tal pago. Estamos hablando de hace poco más de cuatro siglos.
Argumentan los que sufren esta pesadilla que, si se viola de manera extensiva el pago por la creación, nadie creará. Y entonces la civilización se hundirá en una especie de pozo profundo de la repetición sin creación. Sobre esto habría que decir un par de cosas. En primer lugar, está por ver hasta qué punto la IA puede llegar a crear.
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Por supuesto, en niveles de su desarrollo a los que todavía queda mucho camino para llegar. Pero, al fin y al cabo, las máquinas superinteligentes son esto. Capaces de funcionar de manera autónoma. Más allá de lo que ha hecho y, por lo tanto, creado el hombre. Es decir, podrían crear. En todo caso, la cuestión está en el debate abierto sobre la IA.
En segundo lugar, el argumento del caos creativo-civilizatorio se cae cuando se piensa que ha habido creación literaria, filosófica, plástica, musical, teatral, etc. antes del funcionamiento del derecho de propiedad. Cuando Platón o Aristóteles; o Esquilo, Sófocles o Eurípides; o Séneca; o Heródoto; o Agustín de Hipona; o Giotto; o Dante y un largo etcétera crearon sus obras, eso de la propiedad intelectual era una entelequia inexistente, más difícil de entender que la figura del Espíritu Santo.
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